Crítica de ‘300: El Origen de un Imperio’, una aventura puramente estética

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El general griego Temistocles lucha por conseguir la unidad de las polis griegas. Él dirige las tropas griegas que se enfrentan con el ejército persa liderado por Xerxes y Artemisa para impedir la invasión del país.

Título: 300: El Origen de un Imperio
Fecha de estreno: 7/03/2014

Esta entrada contiene Spoilers de la película.

NO ES SECUELA TODO LO QUE RELUCE

Gracias a Warner Bros Pictures España y Syfy España la 11ª Muestra de Cine Fantástico Syfy arrancó anoche con un preestreno de lujo: «300, El Origen de un Imperio». Los que habéis leído otras reseñas mías recordaréis que siempre empiezo acotando. Pues acotemos: me declaro un gran fan de la primera película, «300» y del comic de la novela gráfica. Además, en cuanto una película tiene tintes motivacionales con guerreros o héroes dejandose la piel, me tienen ganado. Pero esta vez no ha sido suficiente.

Para empezar, los trailers nos proponían una clara continuación tras la batalla de las Termópilas. Pero no, esto no es una secuoya secuela. La historia empieza con la batalla de Maratón, cuando Temístocles el ateniense derriba al rey persa Darío con una flecha, dejando como heredero a Jerjes, y somos testigos de la transformación de un Rodrigo Santoro barbudo y peludo en el megadepilado y perforado travelo rey-dios Jerjes a través de las manipulaciones de Artemisia. A continuación, vemos lo que ocurre mientras Leónidas y sus 300 espartanos luchan en las Termópilas, y la última parte de la película transcurre justo después.

No es mala idea. No es una precuela, ni secuela. Es un Spin-off en toda regla. Lástima que se nos haya vendido como secuela, porque al verla, echamos de menos más chicha en la parte final precisamente por eso. Y es que, si tenemos en cuenta la escena final de «300», cuando Dilios está al frente del ejército de griegos a punto de cargar contra los persas, en esta nueva entrega no se avanza mucho más en el tiempo.

CUANDO LA ESTÉTICA COBRA VIDA PROPIA

La estética conseguida por Zack Snyder en «300» es respetada minuciosamente. Tanto, que cobra vida propia y se converte en el principal personaje. Y digievoluciona. Ya no hay chorros de sangre a cámara lenta: hay coágulos a cámara lenta. De hecho, ya no hay escenas concretas a cámara lenta: hay escenas aleatorias a cámara lenta. De hecho, desde el principio de la película te das cuenta de que se les ha ido de las manos y abusan demasiado del recurso.

Al margen de la estética, algo que me encantó de la primera película es que, de algún modo, tenía «alma». Pero esta nueva entrega no llega a tenerla. Y es una lástima, porque los momentos en que Temístocles se dirige a su ejército tienen un gran potencial. Pero se queda en eso.

Si hay algo que la gente suele recordar de «300» es carne en abundancia. Y es que los espartanos parecían cincelados como estatuas de Dioses del Olimpo. En esta ocasión no sólo vemos espartanos: vemos griegos de todas las polis (ciudades-estado), y no todos se rigen por un código como el espartano. Quizás por eso no hay tanto mazado cuerpo escultural, habiendo más variedad de cuerpos. Sea a propósito o no, es algo en lo que inevitablemente me fijé y que aporta cierto sentido común (increíble, ¿verdad?).

En general aun tengo que procesarla. Y probablemente, me guste más tras un segundo visionado en el que sepa a lo que voy. Tiene grandes momentos, y cosas que me han gustado sin duda alguna. De hecho, es de agradecer el cambio de escenario al Mar Egeo. Pero ahora mismo pesa más cierta sensación de decepción. Veremos si se arregla con darle una nueva oportunidad.

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